En 1987 nacimos como Zona Ltda., desde entonces la edición, el diseño editorial y la fotografía constituyen nuestro espacio de experticia. En 2010, con las mismas premisas, nos transformamos en Amaral Diseño SAS y fundamos Amaral Editores empresas en  las que hemos puesto el diseño al servicio de la información en ediciones corporativas, arte, naturaleza y fotografía, llevando al papel productos editoriales y gráficos que se destacan por su diseño, la calidad de su factura y la sensibilidad con el cliente con el que abordamos cada proyecto.





En 1987 nacimos como Zona Ltda., desde entonces la edición, el diseño editorial y la fotografía constituyen nuestro espacio de experticia. En 2010, con las mismas premisas, nos transformamos en Amaral Diseño SAS y fundamos Amaral Editores empresas en  las que hemos puesto el diseño al servicio de la información en ediciones corporativas, arte, naturaleza y fotografía, llevando al papel productos editoriales y gráficos que se destacan por su diseño, la calidad de su factura y la sensibilidad con el cliente con el que abordamos cada proyecto.



A la sombra de un plenilunio un hombre extiende sus brazos, apunta, lee los astros con su vara y, sobre la orilla húmeda, marca una cruz con las direcciones cardinales del horóscopo de su vida. Somos los ojos rutilantes del universo, la vida contemplándose a sí misma. Somos la luz de su retorno. El alfabeto es terriblemente monumental. Sus glifos —pequeños, negros, insustanciales— marcan el mapa de nuestra travesía épica sobre la tierra e iluminan el cielo estrellado y solitario de nuestros sueños y quehaceres. Y así, al igual que la luz láctea que arriba de los astros nos revela el origen del universo, las letras gravitan hacia palabras, frases y oraciones donde se refleja el zodiaco de nuestra experiencia terrenal. Oculto en cada trazo de la A yace el primer hombre y el primer buey, una cosecha exuberante de papiro a orillas del Nilo, un rey inerme bajo el arco de Orión, la deuda amarga del último sumerio, Eva ante una encrucijada venusina, una lengua amorosa encallada sobre el arrecife silente de la piel, una hija que se va de casa. La noche negra y límpida del alfabeto abriga todas las cosas.

— Diego Amaral

 

A la sombra de un plenilunio un hombre extiende sus brazos, apunta, lee los astros con su vara y, sobre la orilla húmeda, marca una cruz con las direcciones cardinales del horóscopo de su vida. Somos los ojos rutilantes del universo, la vida contemplándose a sí misma. Somos la luz de su retorno. El alfabeto es terriblemente monumental. Sus glifos —pequeños, negros, insustanciales— marcan el mapa de nuestra travesía épica sobre la tierra e iluminan el cielo estrellado y solitario
de nuestros sueños y quehaceres. Y así, al igual que la luz láctea que arriba de los astros nos revela el origen del universo, las letras gravitan hacia palabras, frases y oraciones donde se refleja el zodiaco de nuestra experiencia terrenal. Oculto en
cada trazo de la A yace el primer hombre y el primer buey, una cosecha exuberante de papiro a orillas del Nilo, un rey inerme bajo el arco de Orión, la deuda amarga del último sumerio, Eva ante una encrucijada venusina, una lengua amorosa encallada
sobre el arrecife silente de la piel, una hija que se va de casa. La noche negra y límpida del alfabeto abriga todas las cosas.

— Diego Amaral